IMPUNIDAD O JUSTICIA?
America Latina Frente al Reto de la Corte Penal InternacionalEduardo Gonzalez Cueva, Coalicion por la Corte Penal Internacional
A una semana de iniciada la conferencia diplomática para el establecimiento de una Corte Penal Internacional, todavía no es claro si el adjetivo que mejor califique el evento será -a fin de cuentas- la palabra "histórica" o la palabra "frustrante". El esfuerzo de unas ochocientas ONGs de todo el mundo, convergente con las propuestas de unos cuarenta estados, apunta a la formación de un organismo de jurisdicción global y genuinamente independiente e imparcial. Una corte que no dependiese de la anuencia de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, o del consentimiento de los estados que han ratificado su adhesión a ella; una corte capaz de llevar a un juicio justo a sospechosos de gravísimos crímenes sin importar a qué estado pertenezcan, sería un avance impresionante hacia el fortalecimiento de la paz mundial y del imperio de la ley. Pero tal posibilidad es solamente eso: una alternativa, opuesta a la de unos cuantos estados poderosos (EEUU, Rusia, Francia, China) y a la de una variopinta colección de regímenes del Sur, aparentemente celosos defensores del derecho de los Estados de victimizar a sus propias poblaciones (India, Pakistán, Israel, Cuba, México, Indonesia, Nigeria). La primera semana de la Conferencia ha estado dedicada a presentaciones generales de los estados y a negociaciones preliminares. Entre los países latinoamericanos que han hecho presentaciones, ha sido obvia la gran diferencia entre las posiciones de Cuba y México, de un lado, y de Argentina, Chile y Costa Rica del otro. Cuba, México y otros países no se atreven a decir abiertamente que están en contra de la Corte, porque es mucho menos costoso pugnar por una Corte enteramente ineficaz. Así, por ejemplo, Cuba y Perú han propuesto decidir los puntos espinosos del estatuto "por consenso", lo que suena muy bien en el ambiente diplomático, pero -enfrentados a un estatuto de 116 artículos, con más de 1700 frases entre corchetes- equivale a decir que la aprobación de un texto final requerirá de varias conferencias más. México y Colombia participan de una declaración de los países no alineados en la que se sostiene que la Corte debe activarse sobre la base del consentimiento de los estados interesados, para garantizar la soberanía nacional. Delicada cortesía para asegurarle a los Pol Pot del futuro que serán debidamente consultados por la Corte antes de cualquier acusación. Así, curiosamente, los estados pobres del Sur terminan de la mano con los ricos y poderosos: los primeros quieren una Corte incapaz de actuar, por temor a que sea manipulada por los segundos, y éstos quieren una Corte que sólamente actúe cuando les convenga. La más escalofriante división del trabajo tiene lugar entonces: India se opone a incluir las desapariciones forzadas como un crimen de lesa humanidad, y el Pentágono contacta a las fuerzas armadas de Latinoamérica para informarles de los peligros de una corte efectiva para la corporación militar. El equipo se completa con México, que se opone a incluir los crímenes de guerra cometidos en conflictos internos y Francia, que plantea que la "seguridad nacional" sea una excusa válida para que un estado rehúse cooperar con la Corte. Argentina, Chile y Costa Rica, por el otro lado, han planteado propuestas de gran solidez técnica y muy innovadoras del derecho internacional. Plantean una fiscalía con el poder de iniciar investigaciones de oficio, cuando existan indicios razonables de la comisión de delito y basado en información de cualquier fuente. Argentina propone asegurar la responsabilidad del fiscal sometiendo sus investigaciones al control de un organismo de la misma Corte: la sala de asuntos preliminares. Brasil se une a este grupo de países exigiendo que la corte actúe en casos de conflictos internos, e incluso cuando los crímenes de lesa humanidad se cometan en ausencia de guerras (por ejemplo, la existencia de esclavitud). Estos países proponen que el crimen de la desaparición forzada y los crímenes sistemáticos contra las mujeres queden explícitamente incluídos. Miembros de dos ONGs latinoamericanas tomaron la palabra ante la asamblea en esta primera semana. El reverendo Ulmar Klich, del Movimiento Nacional de Derechos Humanos del Brasil, lo hizo para denunciar las leyes de amnistía en América Latina, que obstruyen el establecimiento de la verdad y crean un sentimiento de impunidad. Ante los argumentos que sostienen que es preciso sacrificar la justicia para lograr la reconciliación de los pueblos, Klich retrucó "Para perdonar hay que conocer la naturaleza de la ofensa; para reconciliarnos es preciso establecer responsabilidades individuales." El Dr. Leonel Suarez, del Instituto de Servicios Legales Alternativos de Colombia paralizó a los delegados al empezar su alocución recordando que, en los momentos en que hablaba, se cumplían dos meses del asesinato de su amigo y colega Eduardo Umaña, un valiente defensor de los derechos humanos, en Bogotá. La muerte de Umaña y de Monseñor Gerardi en Guatemala son ejemplos, dijo, de la violencia cotidiana que recorre América Latina como consecuencia de conflictos internos. Planteó incluir en el estatuto de la Corte la formación de una unidad que proteja a las víctimas, testigos y familiares en un proceso. Las posiciones, pues, son de difícil aproximación. Hay poco espacio real para el consenso, pero no se pueden perder las esperanzas que la presión de la sociedad civil hará recapacitar a los gobiernos reticentes a aprobar una Corte independiente y eficaz. Es de absoluta importancia que la opinión pública se active inmediatamente para hacer saber a los gobiernos que el mundo no tolera más que la razón de estado se imponga sobre la razón a secas, y que la fuerza de la ley debe imponerse sobre la ley de la fuerza.
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